Mi meta es no despertar a los 40 años con la amarga sensación de que desperdicié mi vida en un trabajo que odio porque me vi forzada a decidir una carrera en mi adolescencia.
- Daria Morgendorffer
Si eras adolescente en los 90 y no te sentaste frente a la televisión con una bolsa enorme de botana a las 10 p.m. para ver Daria, probablemente estabas demasiado ocupado perfeccionando tu "arte" en algún sótano mal iluminado.
Pero déjame decirte, Daria no era solo otro dibujo animado. Era un himno a la apatía, un monumento de 20 minutos a la ironía generacional, y un grito silencioso de todos los que alguna vez se sintieron demasiado inteligentes para estar en la secundaria, pero demasiado cínicos para escapar de ella.
MTV ya había establecido su marca con Beavis and Butt-Head, esos dos idiotas gloriosos que celebraban la estupidez como si fuera un arte de performance. Pero Daria era diferente. Daria Morgendorffer, con su eterno uniforme de chaqueta verde y botas negras, era la voz monótona de una generación atrapada entre la presión del éxito y el nihilismo posmoderno. Fue un personaje secundario tan bueno que literalmente tuvo que protagonizar su propio show. Así de poderosa era su falta de entusiasmo.
Desde el primer episodio, quedó claro que Daria no iba a jugar según las reglas. Lawndale High era un microcosmos de la idiotez institucionalizada, un desfile de clichés que la serie no solo reconocía, sino que diseccionaba con un bisturí afilado de sarcasmo. Los populares, los nerds, los atletas... todos quedaban expuestos como parte de un ecosistema del cual nadie podía escapar, y mucho menos Daria, que lo veía todo desde la seguridad emocional de su burbuja nihilista.
Pero lo que realmente selló el pacto entre Daria y su audiencia fue la música. ¿Garbage? ¿PJ Harvey? ¿Radiohead? ¿Korn? Era como si cada episodio fuera curado por un DJ en un bar underground con acceso exclusivo. La banda sonora no era solo un acompañamiento, era una declaración: "Sí, entendemos que te sientes alienada, pero al menos tienes buen gusto musical."
Y, por supuesto, Daria no escapó de las controversias. Que si era una hipócrita porque le gustaba el amigo de Jane. Que si Quinn era una superficial irredimible. Que si los padres, Helen y Jake, estaban demasiado ocupados con sus propias crisis como para notar que sus hijas eran diamantes en bruto envueltos en capas de disfunción. Todo eso era cierto. Y también era el punto. La serie nunca intentó redimir a sus personajes ni ofreció finales felices; simplemente los dejó existir en toda su gloriosa imperfección.
Así fueron los 90, imperfectos pero atractivos.
Al final del día, Daria era una invitación a abrazar el absurdo, a reírte de lo ridículo que es todo mientras mantienes un pie firmemente plantado en la realidad. Porque, como nos enseñó nuestra heroína de voz monótona, a veces la mejor forma de lidiar con un mundo enfermo y triste es enfrentarlo con una mirada cansada y un comentario mordaz listo para disparar.
Excuse me, Excuse me
I've got to be direct
la la la
If I'm off, please correct
la la la
You're standing on my neck
Daria es, en última instancia, la adolescencia: un período de tránsito, de incertidumbre, de aprender a ser mientras el mundo te dice lo que deberías ser. Un manual de instrucciones para sobrevivir a uno mismo.
¡Genial!